Por:
- Madelene Murillo
- Matilde Martínez
- Yurianis González
- Heidi Caballero
Panamá,
durante los últimos años, se ha convertido en un país cuyo crecimiento económico
se ve reflejado en sus imponentes infraestructuras. Hoteles, oficinas y viviendas
de lujo surgen de la nada en el medio de la ciudad. Adicional, hemos visto a un
país de puertas abiertas en un mundo globalizado, llenarse de extranjeros,
algunos de los cuales han colaborado con sus inversiones a nuestra economía,
mientras que otros suplen las plazas de trabajo para lo cual el panameño resulta
ser personal no calificado. ¿Pero por
qué no somos calificados? Porque
irónicamente Panamá sigue siendo el país de los pocos afortunados, es decir,
nuestro sistema educativo es deprimente, la desnutrición no es un mito, los hospitales
son disfuncionales, las calles están llenas de
basura, y tenemos una sociedad corrupta que idolatra el “juega vivo”.
Nuestros gobernantes emergen de un pueblo
donde los valores son un accesorio inconveniente, siendo su prioridad, llenarse
los bolsillos antes de que termine su gobierno, y la educación no tiene un
retorno de inversión a corto plazo. El alto índice de estudiantes fracasados y
la deserción escolar son problemas que “pican y se extiende”. Los pobres siguen
siendo pobres, y la clase media -en peligro de extinción- lucha por mantenerse
competitiva. Pero no hay que darse por
vencido, los grandes cambios empiezan desde la base. Aprovechemos los recursos que nos goteen de
este crecimiento económico para invertirlo en la educación de nuestra familia.
Enseñemos buenos valores a los niños, y seamos ejemplos a seguir, para una
sociedad que le gusta las comparaciones.
Por:
Matilde Martínez, Madelene Murillo, Yurianis González y Heidi Caballero
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